Un cielo a tu medida

El problema de la infelicidad no consiste en no ser feliz. Ser infeliz consisten en haber sido intensamente feliz como nunca uno imaginó que se podría ser. Y perder de golpe, esa felicidad.

Cultura 17 de julio de 2023 JESÚS MARÍN

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Uno habla de la soledad como un ente desconocido que se sienta a tu lado, cerquita de la oreja, respirándote en el cuello, a leer la página deportiva del periódico.

Es un acto tan usual que no importa. No sabes de dónde vendrá el golpe ni cuando anidará la muerte en ti. Ni tampoco te importa.

Pretendes que todo está bien, mientras exista la suficiente dotación para embriagarte de olvido: cerveza y música, recuerdos ahogados en melancolía te hablan de lejanos y muertos tiempos gloriosos. Ojalá estuvieras aquí, Sarah, Flaka, emperatriz de la noche. Pinche Flaka, te amo.

Observas el desgastado retrato de ella, tu flakita. Tu Sarah. Tu muerte y tu resurrección. Retrato que pese a los años transcurridos no te has animado a tirar. Única prueba fehaciente de que alguna vez Dios estuvo de tu lado. Prueba única de que estuviste vivo. Amén.

Duele sobrevivir, levantando la caguama y brindando por la pinche Flaka ausente. Duele enfrentar el destierro. El silencio de su corazón. Ya no escuchas el batir de sus alas negras en la quietud de la noche. Duele quedarse con la mente desplomada. Y en cada mano, cuchillas para degollarte. Sabes bien que no tendrás el valor para hacerlo. Ni el valor para ir a buscarla. Menos para llorar.

En derredor tuyo, envases mutilados de caguamas, fríos cadáveres agusanándose, hirviendo de rabia y desesperación. Crece la mala hierba dentro de ti. Crecen los pájaros muertos en tu cabeza, cadáveres dentro de un cadáver. Muertos pudriéndose dentro de un muerto. 

Lo único que pides es un abrazo de ella. Oler su cuello y besarla. Besarla largamente. Pobre hombre que sigues siendo ese niño extraviado en los siete años. Mutilado de guerras que nunca has comprendido.

Has olvidado esa época. Tenías treinta y tantos años y una chica, de apenas 19 años, dentro de tu corazón. Sus manos entre las tuyas. La vida fluía poderosa. Te decías lo invencible y eterno que siempre serían.

Hoy importa llenar el vacío. Pozo donde habitas cada noche. Túnel por el cual transitas, donde te llegan los gritos y los cantos agónicos. Precipicio por el cual sigues cayendo, cayendo, cayendo.

Te estás convirtiendo en alguien que no conoces. Te has rendido. Te has quebrado. Ya no te importa la noche ni cantar viejas canciones de borrachos en las oscuridades.

¿Recuerdas a qué sabe la vida? ¿Recuerdas la última vez que besaste a tu Sarah?

Finalmente, la vida se reduce a un acto de fe, inexorable, perpetuo. A ir y devenir contra la marea. A vestirse de mártir los fines de semana.

Sobrevivir no equivale a vivir. Sobrevivir equivale a vivir soñando que se está vivo.

Sobrevivir es vivir de rodillas. Es caminar ciego, hablar mudo. Es quedarse inmóvil, mientras el cuerpo se te llena de hormigas, mientras las termitas carcomen tu cerebro. Sobrevivir es apostar a la muerte como amante. Sobrevivir es dejar de esperar.

El problema de la infelicidad no consiste en no ser feliz. Ser infeliz consisten en haber sido intensamente feliz como nunca uno imaginó que se podría ser. Y perder de golpe, esa felicidad. Se es infeliz aquel que ha conocido una intensa felicidad para después perderla.

He ahí el inicio de la tragedia. Todo acto por vivir, toda felicidad por acontecer, será comparada con la ya jamás recuperada/sentida. Y créanme, nunca, pero nunca será igual.

He ahí el pleno acto de la infelicidad. Devastador.

Desde que tú te has ido, conozco la infelicidad. Desde que tú no estás, Sarah, he vagado por esta tierra. He caminado por las tinieblas. Tú eres mi luz. Venid a iluminarme.

Finalmente, la vida se divide entre ser infeliz y sobrevivir. El resto, lo intermedio, es dormir sin soñar. Sobrevivir equivale a imaginar que muy pronto regresarás, Flaka. Vivir sería que estuvieras conmigo, como antes, como siempre, como nunca. Ojalá estuvieras aquí.

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