Cuento / 1a. parte
Cómo decirle adiós a la mujer más amada en tu vida, sin que te cause la muerte. Cómo decir adiós a la mujer que Dios mandó para cuidarte. Cómo acostumbrarse a su ausencia. Sin tu madre te quedas solo y abandonado.
Cómo darle el adiós a tu madre. Qué palabras escribir para consolar el dolor de perder al ser que más te ha querido en la vida.
Habrá que guardarse los días de sol. Habrá que inventarse una nueva vida, lejos del mundo. Lejos de Dios. Lejos de la vida. Habrá que imaginar que su muerte es un sueño, pesadilla de la que despertarás.
A dónde iré a decirle: Mamá pollito, ya vine. Esos días no volverán. Dónde guardaré la palabra Mamá.
Cierto, uno piensa que ella es eterna, no importa si tienes siete años, quince, veinte, cuarenta, tu mamá, nuestra madre es eterna, alguien que nunca morirá. Ella es eterna y, por tanto, inmortal. Y lo es.
Cómo afrontar que un día, una mañana, te despiertes y ella no está, más que en el centro de tu corazón. Es terrible descubrir que lo único que tienes para enfrentar su desaparición, sean el dolor y el desamparo. Desamparo por el resto de tu existencia. Dolor que guardarás dentro. Muy dentro de ti, en ese lugar donde vive Dios.
Uno quisiera haber dicho esas palabras de cariño que no le dijimos. Darle los abrazos que ahora vagan huérfanos. Pedirle perdón por no haber sabido cuidar de ella. Por no haberle dado más de ti, aunque sabes que ella se conformaba con bien poco, apenas lo suficiente.
Pedirle perdón por haberle fallado, aunque sabes bien, que ella ya te ha perdonado antes de que se lo pidas.
Cómo despedirse de tu madre, si sabes que tu pollito no es el cuerpo dentro del féretro, que una tarde de lunes, depositaron en una fosa, sola y triste, envuelta en su mañanita que tanto le gustaba, y con el crucifijo de plata con el que dormía bajo la almohada.
Ella tan alegre, ahora acallada por los silencios. Y como te lo prometimos, madre, mi Padre y yo, no derramamos ni una lágrima. Esas las llevamos en el corazón.
Ahora, Pollito, no habrá día que no pronuncie tu nombre, y me duela. No habrá mañana que al levantarme, ver tu cama vacía y a tus muñecas de porcelana, me derrumbe. Ese oso de peluche, también se pregunta dónde estás. Uno se desploma. Uno no debería afrontar esta clase de muertes. Uno no quiere afrontar esta clase de dolores.
Debería haber un Dios que prohibiera que nuestras madres murieran. Prohibiera enfrentar la orfandad. Tu esposo Chuchis, que durante cuarenta años estuvo contigo, no sabe enfrentar el no verte, el no pelear contigo. Se refugia en arreglar tus cosas, guardarlas en cajas, como si tuviera la esperanza que volverás, que solamente has partido a un viaje y muy pronto te tendremos de nuevo entre nosotros.
Tu voz ya no está. Nunca he de oírte pronunciar mi nombre. Y las fotos tuyas, no nos sirven. Te necesitamos siempre. Siempre.
Cómo decirle a tus pajaritos que cuidaste desde pequeños que ya no se acurrucarán entre tu pecho. Ahora mi padre los cuida como su mayor tesoro, porque eran tuyos.
Cómo decirle a la Candy y la Chita, tus dos perritas que dormían a tus pies, que ya no estarás. Y ahora se la pasan tristes en un rincón, buscándote.
Vete en paz, madre, has sembrado, como todas las madres del mundo, una flor en el corazón de tu hijo que jamás se marchitará. Has dejado tu herencia de mujer buena y sencilla. Mujer de una sola pieza y corazón enorme. Generosa y etérea.
No sé dónde estés, tú sabes que he sido un ateo, pero en este instante sé que estás en un sitio seguro, ya sin dolor, me sigues bendiciendo. Has perdonado toda ofensa que pudiera haberte ocasionado inconscientemente, porque al igual que todas las madres del mundo, no hay hijo malo para los ojos de una madre. Porque al igual que todos los hijos del mundo, al morir nuestra madre, morimos con ella. Seremos otros seres diferentes. Errantes y abandonados. Tristes y huérfanos.
Vayan estas palabras, dónde estés, al lado del Dios que me enseñaste. Al lado de las abuelas. Va por ti, madre. Pollito. Te amo María Cristina.
II
De niño, hay tres cosas sagradas en tu vida. Tres cosas qué respetar. Tres cosas a temer. Tu mamá. Tu madre. Y tu jefita, en el orden que quieras. Ya lóbrego y peludo, siguen siendo tres cosas que nunca debes avergonzar. A tu madre. A tu mujer. Y a tus hijos.
Tu madre es principio y fin del mundo. Sabedora del bien y del mal. Es tu mamá, si necesitas consuelo, así tengas siete años y has caído, tengas mil años y seas Dios mismo, buscas el alivio de sus brazos. La ternura de su ser. Es tu madre, al confesarle una pendejada te ayudará. Es tu jefita, si de verdad estas hasta el cuello. Y quieres ser un niño, ella te dirá que todo estará bien.
Madre es hábil ninja. Monje tibetano. Súper héroe de poderes místicos. Conocedora del código Samurái, apenas desenfundas tu katana, ella ya te hizo y rehízo en cachitos.
Podrías mentirle a Dios y salirte con la tuya. Con tu mamá no. Te topas en pared, sabe que mientes apenas respiras. Por Dios santo, ella sufrió horas para parirte, perdió su cuerpo y figura para ser tu madre. Eres carne de su carne. Sangre de su sangre. Alma de su alma. Es tu dueña hasta que te mueras. Eres de su propiedad. Huele tus mentiras a kilómetros de distancia. Sabe de tus miedos y dolores. Eres su niño. Su bebé. Su mijo. Ella te puede pendejear y tu ni gestos haces.
Madre solo hay una. Y bendito Dios que te toco una a ti. Es la única que te parte la madre limpiamente, sin que metas manos ni protestes. Podrás ser de setenta años y ella no dormirá hasta que le digas que estás a salvo.
Es la mujer que te llama a las tres de la mañana para pendejearte y tú le dirás: señora, señora, lo que usted diga. Qué horas son hijo de mi alma. Las que usted quiera que sean, señora, señora.
Nunca sabrás lo que duele pronunciar la palabra madre, mamá, amá, mamita, jefa, jefita, vieja, viejita. Jechu, doña. Cariño, hasta que no la tengas para decírselo. Y creedme no querrás sentirlo.
Lo malo de tener madre, es cuando tienes madre, te vale madre y actúas como si no tuvieras madre. Madreando a todos, sobre todo a tu madre. Por alguna estúpida razón piensas que tendrás madre toda la vida.
Al perder a tu madre, vales madre. Es la mujer que nunca te falla. Es la mujer que nunca te traiciona. Es la mujer que te ama más allá de su vida. Te ama con tu fealdad, defectos, taras, mañas, cobardías. Más allá de Dios.
Es la mujer que da su vida por salvar la tuya. Si vas a la cárcel, ella va a verte. Si vas al infierno, ella abogara por ti, ante Don Satanás, y creedme que el mismo diablo le teme al amor de una madre por su hijo. Se deja matar por tus pecados. Está contigo en el hospital. Está contigo de corazón y alma. Podrás olvidar que es tu madre, pero tu madre, nunca olvida que eres su hijo.
De viejo, ya huérfano, la recuerdas al pie de tu cama, entre fiebre, sientes su mano cálida untándote vaporub en el pecho y en la planta de tus pies, el mundo está bien si ella está contigo. Si eres más feo que un carro por debajo, para ella serás el niño más hermoso del mundo. Te dará el mejor plátano a través de tu jaula, en el circo de la vida.
El amor de una madre es un hecho que la ciencia no ha de explicar. Es madre, médico, experta en pendejearte y saber lo que te pasa sin que lo sepas tú, es sacerdote, Dios, ingeniero, sabelotodo, detector de mentiras, curadora de milagros con besos y caricias. Sanadora del alma.
Para ella serás su bebé es tu más ferviente fan, cree que todo lo puedes. Tú eres su Dios. Su orgullo y te defenderá con dientes y garras.
Es al único ser al que no quieres fallarle. Y al perderla, pierdes corazón, pierdes lo puro del mundo. pierdes el sostén de tu vida, la esperanza en la fe, pierdes el ángel, el elixir para tu dolor. El sol en tu tormenta, la paz en tu guerra, la sangre de tu cuerpo. El Dios de tu fe.
No esperes cada diez de mayo para tener madre. Abraza a tu madre cada día, ahora que tienes madre. No llores sobre su tumba, llora sobre su pecho. No le lleves flores ni mariachis al panteón, llévale amor y ternura a su corazón.
Ten madre ahora que la tienes. No tienes madre sino la abrazas cada día. No por obligación. No por ser día festivo. Ten tantita madre con tu madre. No esperes a ser huérfano para saber de lo que hablo. Sed hijo ahora que tienes madre. Ahora que no vales madre.
III
Hoy fui a mi casa. La que fue de mis padres. Y de mi abuela. La que tuve que abandonar tras el colapso de salud. La encontré polvosa. Abandonada. Triste. Tan llena de recuerdos. De momentos que viven en mi corazón. Creo escuchar a mi perro Saroh ladrando.
Del cuarto de mi padre, las canciones de Jorge Negrete. Mi madre gritándole que le bajara a su ruido. Mi abuela Nati en su pequeña silla de madera y mimbre, limpiando los frijoles. Mi madre preparando albóndigas.
Mi mente se agolpa de remembranzas. Por mi sangre la nostalgia. En el cuarto de mi padre encontré su bastón de aluminio, fuerte y poderoso como mi viejo. Lo tengo aquí junto a mi cama, es como si Don Jesús me acompañara. Y me hace sentir fuerte y poderoso. Invencible.
IV
Nunca dejes de brillar, diamante loco. A dónde ir cuando no tienes a dónde ir. Madre muerta. Padre también. Nada queda del hogar. Piedras que se sostienen por no sé qué milagros. Sobrevives la nostalgia entre la melancolía y la desesperanza. Cada día te resulta imposible despertarte; extrañas los días en que estabas vivo. En que la luz del sol significaba algo en tu piel. Lejanos suenan los gritos de ayer. Diamante loco nunca dejes de brillar. Ojalá muchacha hermosa estuvieras aquí. Esperas que alguna madrugada, en algún incierto mar, encalles por fin y los cánticos de las ballenas cesen en tu corazón. Y cese el llanto de tus muertos…
V
Hace más de veinte años que la palabra mamá se me quedó atorada en la garganta y no la he vuelto a pronunciar en viva voz. La digo quedito cada noche muy dentro de mi ser. Mamá y se desborda mi corazón de tanto amor. Mamá, pollito. Esa mujer que a los 19 me defendió del mundo y sus atrocidades. Que recién parida. Recién operada de cesárea tuvo que fregar pisos para que yo no muriera de hambre.
Hace más de veinte años que mi madre se quebró en el patio de nuestro hogar, entre sus macetas y los amados brazos de su esposo, mi padre. Desde entonces no tengo hogar. El único hogar eran los amorosos brazos de mamá. Veinte años vagando por este mundo.
Ahora ya también sin mi padre. Lo que me consuela es que ahora ellos volvieron a estar juntos, como esos cuarenta años de casados. Para mí cada día es día de mi madre. Felicidades María Cristina, mejor conocida por sus dos hombres como la Pollito....
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